Cuántos recuerdos uno guarda de la niñez, las cosas que hacíamos, las personas con quién estábamos y algunos hechos que marcaron nuestras vidas. En todo ese mirar atrás, siempre hay uno o algunas remembranzas relacionadas a juegos.
¿Y por qué el juego?
Porque a lo largo de la historia, en las diferentes culturas o civilizaciones aparece el juego como una actividad libre que agrupa a un número de personas. Es una actividad agradable que llena de experiencias a los que participan de cualquier edad, etnia, y lugar en el mundo.
¿Y cuándo se comienza a jugar?
La respuesta es desde que nacemos. Al principio, esta actividad ayuda al niño a conocer su mundo a través de los sentidos: tocar, oler, mirar, probar y escuchar, interactuando con los objetos y personas a su alrededor.
A través de las diferentes actividades este pequeño desarrolla habilidades cognitivas, de lenguaje, desarrollo emocional y social aportándole herramientas en su crecimiento.
Cerca de los 4 años aparecen los juegos de roles, donde simula situaciones y representa personajes y hechos de la vida real. Comienza a incluir al otro en su juego imaginativo.
Finalmente, a los 6 años, la importancia de las reglas los hará aprender a respetar las normas, a esperar turnos, desarrollar tolerancia a la frustración y a vivir valores como el respeto.
Y ¿cómo aprendemos a jugar?
Toda persona aprende a jugar, en la medida que:
- Interactúe y sea empático al jugar con otros
- Resuelva conflictos y pueda controlar sus impulsos
- Coopere y deje volar su imaginación
En estas instancias también podemos observar las distintas personalidades de uno u otro pequeño. Algunas más dominantes, otras más sumisos, donde la mediación juega un papel importante. Aprender a ceder o flexibilizar ideas- plantear lo que quieres o hacerlo valer.
Como padres y educadores, el juego es una herramienta fundamental, donde se brinda atención, afecto, tiempo y espacio. La actividad en sí misma nace de sus intereses, de los cuales puedan divertirse y experimentar en familia.